Comunicación en salud y el desafío de matizar el alcance de la evidencia

SEPTIEMBRE – OCTUBRE 2021
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Así como la pandemia ha representado un enorme desafío desde el punto de vista científico-epidemiológico, desde los inicios también quedó en evidencia que implicaba un enorme reto en materia de comunicación. El periodismo suele ser un territorio mejor preparado para reportar hechos que para aceptar la incertidumbre. Y las redes sociales sirven a menudo para propagar mensajes entre círculos de personas que comparten ciertas visiones del mundo, reforzando prejuicios o malentendidos y sesgando la interpretación de una realidad compleja. 

Javier Murillo, científico de datos y experto en tecnologías de la información, ha definido la infodemia como la “viralización, intencional o no, de contenido especulativo no verificado, que afecta la noción y el juicio de la opinión pública”.  Un relevamiento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) constató que, durante 2020, América Latina fue la región del mundo más afectada por la infodemia, con solo 59% de las noticias sobre COVID-19 compartidas a través de Twitter consideradas como “confiables” y países como Venezuela o Perú donde esa proporción bajó al 25%. 

La desinformación también puede ser alimentada por los medios de comunicación. De acuerdo con una encuesta del proyecto “100 x ciento”, cofinanciado por la Unión Europea y desarrollado por FOPEA y Thomson Media, los propios periodistas de Argentina dicen que en los medios en los que trabajan no hay una unidad de verificación de datos (77 por ciento) y el 40 por ciento no sabe si la empresa tiene políticas claras para verificar la información o asegura que directamente no las tiene. Entre 60 medios digitales relevados, solo el 10% tiene un código de ética.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó sobre la infodemia ya desde febrero de 2020 y señaló que la desinformación se extendía más rápido que el coronavirus, lo cual podía tener muchas consecuencias perniciosas. “En nuestra era digital las infodemias se propagan como la pólvora. Crean un caldo de cultivo para la incertidumbre. La incertidumbre, a su vez, alimenta el escepticismo y la desconfianza, que es el entorno perfecto para el miedo, la ansiedad, las acusaciones con el dedo, el estigma, la agresión violenta y el rechazo de la adopción de medidas de salud pública, que pueden conducir a la pérdida de la vida”, precisó el organismo en un documento reciente.

Frente a este panorama entre desolador y desafiante, desde el IECS, siempre defendimos el compromiso con la evidencia, y todas nuestras acciones de comunicación estuvieron orientadas a reforzar ese enfoque, aportando datos objetivos que sustentan la adopción de distintas políticas públicas. Pero ¿qué pasa cuando, como ha ocurrido en esta pandemia, la evidencia es un “trabajo en proceso” y hay diferentes niveles de certeza alrededor de cada hallazgo, afirmación o propuesta, en un escenario dinámico que cambia casi día a día? ¿Qué pasa cuando los hallazgos se difunden como preprint sin pasar por un proceso de revisión por pares? 

En algún punto, sentimos que la comunicación efectiva no se basa en contraponer la ciencia con el oscurantismo, el charlatanismo o la “barbarie”, sino en matizar el alcance de la evidencia aportada por la ciencia. Transmitir que la pretensión de la certeza absoluta es utópica. Y la comunicación efectiva es también comprender que la investigación rigurosa no trae todas las respuestas, pero es la mejor linterna de la que disponemos para iluminar un camino posible.

Por Lic. Mariana Comolli, comunicadora social y periodista. Coordinadora de la Unidad de Comunicación del IECS.