BOLETÍN N°99
El ambiente donde vive la población puede contribuir al desarrollo de la obesidad cuando obstaculiza o desalienta la alimentación saludable y la actividad física
Buenos Aires 26 de junio de 2017 – ¿Se puede salir a caminar o trotar si las veredas están rotas o no hay una plaza iluminada y segura cerca? ¿Se puede cubrir la recomendación de cinco porciones diarias de frutas y verduras si no hay comercios próximos que las ofrezcan, o se percibe que sus precios son mucho más altos que los de la comida “chatarra”?
Son interrogantes válidos. Los esfuerzos contra la obesidad y las enfermedades no transmisibles por lo general se han concentrado en la modificación de conductas individuales: las decisiones que cada uno debería tomar para mantener su estado de salud, como seguir una dieta equilibrada o realizar ejercicios. Sin embargo, cada vez se reconoce más la importancia que tiene el entorno físico y alimentario en el cual viven las personas, siendo un entramado que no siempre es posible disociar.
Es lo que técnicamente se conoce como “ambiente obesogénico”: aquel que ayuda o contribuye al desarrollo de obesidad, dado que obstaculiza o desalienta la alimentación saludable y la actividad física. Su jerarquización como objeto de estudio implica un cambio de paradigma y pone en tela de juicio la idea convencional de que las personas tienen la libertad absoluta para seleccionar lo que quieren comer o para moverse cuánto deseen.
Desde hace algunos años, un grupo de investigadores del IECS estamos participando de un proyecto para caracterizar los entornos alimentarios y físicos en nuestra población, de modo tal de explorar su influencia y las interrelaciones dinámicas que se establecen con los factores individuales que propician la obesidad y las enfermedades cardiovasculares.
En una primera etapa del estudio, estudiamos un aspecto del funcionamiento del Programa Nacional de Municipios y Comunidades Saludables (PNMCS), impulsado por el Ministerio de Salud de la Nación y la Organización Panamericana de la Salud. En particular, exploramos, por ejemplo, de qué manera los municipios participantes deciden, implementan y evalúan intervenciones para mejorar el ambiente.
Pero un segundo objetivo apuntó más allá: buscamos evaluar la asociación existente entre distintos parámetros del entorno (físico y alimentario) y la obesidad y el riesgo cardiovascular de las personas. Para eso, seleccionamos cuatro ciudades sudamericanas Bariloche y Marcos Paz en Argentina, Pando-Barros Blancos en Uruguay y Temuco en Chile aprovechando que también participan del estudio de cohorte de base poblacional CESCAS I que llevamos adelante en el IECS desde 2010.
Se trató de una oportunidad única. Por el CESCAS I, ya teníamos datos individuales de ambas poblaciones: desde los hábitos alimentarios hasta la prevalencia de obesidad, hipertensión arterial, diabetes o enfermedad cardiovascular. Pero ahora, en el marco de este proyecto, también pudimos observar el entorno: el estado de las veredas, plazas y parques; la cercanía y distribución de establecimientos para comprar alimentos (en particular frutas y verduras); el precio real de estos productos.
Asimismo, valoramos la percepción de los habitantes respecto de la accesibilidad y disponibilidad de varios elementos relacionados con la alimentación saludable, la recreación y las formas de transporte.
Todos los atributos del ambiente se analizaron con guías estandarizadas de observación y se objetivaron con un score. Y mediante métodos de georreferenciamiento, pudimos identificar barrios o áreas favorables o desfavorables para la actividad física y la alimentación saludable.
El cruce de esta información, cuyo análisis estamos terminando de procesar, aporta una perspectiva original y anclada en nuestra realidad local para estudiar si los distintos ambientes son determinantes del estado de salud y de los hábitos de las personas. En la medida en que podamos identificar cuáles de estas características de los entornos influyen en las decisiones individuales y se asocian con conductas más o menos saludables, estaremos aportando herramientas para desarrollar o intervenciones de salud pública que reconozcan y afronten la complejidad del problema.
Por Lic. Natalia Elorriaga, nutricionista e investigadora de CESCAS y magister en Efectividad Clínica.